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Cenizas


Cenizas
Ethan había entrado a su casa sin ganas, la noche era fría y sin embargo no sentía nada más que un calor insoportable recorrer su cuerpo. Se sentó en el comedor y se llevó las manos a las sienes para masajearlas un poco, cerró los ojos con fuerza y respiró profundo. Cuando abrió los ojos se topó con un sobre blanco que llamó mucho su atención, su nombre estaba escrito en el, seguramente la mujer que limpiaba su casa lo había dejado ahí antes de irse, lo tomó con manos temblorosas y lo abrió de una manera casi desesperada, leyó rápidamente el contenido y se detuvo un momento cuando vio su nombre, el nombre de ella en ese pedazo de papel, una sonrisa se dibujó en sus labios para tornarse en una mueca llena de dolor. Dejó el papel sobre la mesa y se levantó de la silla, tomó su chaqueta, su paraguas y salió dando un portazo.
Paris, 30 de Agosto de 2008
Una discusión había cambiado el feliz entorno de los recién casados, ella lo miraba con lagrimas en los ojos, él la miraba de una forma tan fría que le helaba cada parte de su cuerpo que sus ojos veían. Iba a despedirse, a decirle que lo amaba, pero Ethan ni siquiera la dejo abrir la boca. La mujer tomo su maleta y se dirigió a la salida no sin antes mirarlo una vez más. Su corazón latía con fuerza y sus piernas temblaban tanto que temía que fueran a fallarle en cualquier momento. Una lágrima recorrió su mejilla antes de darse la vuelta y cerrar la puerta. Deseaba que él viniera corriendo detrás de ella para pedirle perdón, quería que no la dejase ir, pero no lo hizo y eso le rompió el corazón.
Ethan golpeó la mesa con el puño y la maldijo, estaba seguro que su esposa era la peor de las mujeres, ni siquiera tuvo ganas de ir tras de ella para pedirle una explicación; tan solo la dejó ir. No sentía culpa, no sentía nada, hasta que habló con su padre esa noche y él lo hizo comprender algo, sí no le había pedido una explicación, si no tenía pruebas, cómo podía pensar así de ella. El corazón de Ethan dio un vuelco, y se dio cuenta de lo estúpido que había sido, su orgullo, su machismo, lo había cegado. Recordó los ojos de ella, llenos de dolor. Aún cuando se había dirigido a ella con palabras hirientes, no habían perdido su calidez, seguían siendo honestos y él no lo había visto en ese momento o más bien se negó a hacerlo. Colgó el teléfono y corrió a la recepción, habló con todos los que la habían visto partir, pero nadie supo decirle a dónde se había ido, era como si en dos segundos la tierra se hubiese tragado al amor de su vida.
Estuvo dos semanas en Paris buscándola hasta por debajo de las piedras, pero sin éxito alguno. Su orgullo envolvió nuevamente su corazón y regresó a Nueva Zelanda, la busco ahí también pero tampoco la encontró. Se resignó y termino odiándola tanto o más de lo que alguna vez la amó.
Nueva Zelanda, 2 de Septiembre de 2011.
Mientras bajaba las escaleras reflexionaba sobre lo que había leído en la carta. Su corazón estaba ansioso, pero, ¿se sentía feliz de tener noticias de ella? O tan solo quería gritarle en la cara lo mucho que la odiaba. Saludó a su vecina que salía de su casa en ese momento, la mujer le devolvió el saludo y le dedicó una sonrisa. Ethan se quedó parado en la puerta mirando las gotas de lluvia caer, quiso volver a su casa, era absurdo que fuera ahí pero su curiosidad era mucho mayor que sus deseos por volver a su sombrío hogar. Decidido abrió el paraguas y caminó hasta la esquina del edificio, hizo un ademán para detener un taxi, rápidamente el taxi avanzó hacia él y bajó la ventanilla del auto, un hombre regordete y de aspecto amable observó al joven hombre que estaba en la acera. Era un muchacho alto, con cabellos cenizos, ojos grandes pero inexpresivos, labios gruesos de color rosa, un joven atractivo sin duda, vestido pulcramente pero que parecía abatido y cansado de vivir. Le preguntó a dónde quería ir y éste respondió que quería ir al aeropuerto, el chofer bajó del auto y le abrió la puerta trasera del taxi, el joven cerró el paraguas y se metió dentro del carro, el hombre caminó un poco y entró al taxi también, se puso en marcha y dos cuadras después dobló por la Avenida Tres. El taxista miraba a Ethan por el espejo retrovisor y vio cómo parecía tener una lucha interna consigo mismo, se le notaba nervioso, malhumorado, en un momento sus ojos se encontraron con los de él y el chofer pudo ver un destello de profunda tristeza en los ojos del chico. Bajó la mirada y se detuvo un momento, sin voltear a ver a Ethan alzó la voz.
-¿está seguro que quiere ir al aeropuerto, señor? - desde el asiento trasero el joven alzó la mirada, no dijo nada, sus labios y manos temblaban, y su corazón ya no podía latir a un ritmo normal. ¿A que había venido ella? Se había desaparecido así como así y ahora volvía, como si nada hubiera sucedido, sus ojos se llenaron de rabia y quiso llorar pero se tragó sus lágrimas, miró al hombre y con voz ronca le dijo que lo llevara al aeropuerto. Avanzaron veinte cuadras, el carro dio vuelta en Boulevard Puerto Aéreo y el taxi se detuvo bruscamente frente a la entrada del lugar.
-¿cuánto le debo? -preguntó Ethan con la voz más amarga que su mirada. El hombre lo miró angustiado y le dijo que lo que el taxímetro marcara más la propina que él quisiera darle, el joven le dio un billete grande y salió del vehículo. Ni siquiera se tomó la molestia de abrir el paraguas, en cuanto pisó el recinto su corazón se detuvo por un momento, tenía miedo de verla, miedo de encontrarse con sus ojos llenos de vida, esos ojos que le dedicaron tantas miradas, tantas palabras mudas. Y también tenía miedo de ver sus labios, de escucharla hablar, le tenía miedo y sentía vergüenza, caminó unos pasos y comenzó a buscarla. Al cabo de unos tres minutos se topó con un hombre vestido de negro que tenía en sus manos un papel con su nombre. Ethan levantó una ceja y se acercó a él, carraspeó y el hombre lo miró de los pies a la cabeza.
-¿Ethan Moldoveanu? -preguntó con voz firme, tenía el aspecto de un soldado, el muchacho asintió y casi automáticamente el hombre misterioso le entregó una carta al tiempo que le hacia un gesto al policía que estaba en la puerta. Ethan abrió el sobre y leyó la única línea que estaba escrita con una perfecta caligrafía, una que él conocía muy bien.
“Olvídate de Paris, te amo mucho, mi amor.”
Cuando el castaño alzó la mirada se encontró con un tarro parecido a uno que tenía su abuela donde guardaba las galletas, ni siquiera tuvieron que decirle qué era eso. Su cabeza comenzó a dar vueltas y sintió como si aquel hombre le hubiese arrancado el corazón de una forma tan brutal que ni siquiera lo había sentido. Lo único que escuchó fue un “lo lamento” por parte del hombre, no dijo nada y salió de ahí con las cenizas de su esposa.
Recordaría aquellas palabras que estaban escritas en la hoja toda su vida. Su corazón ya no latía y esas lágrimas que había estado reprimiendo rodaron por sus mejillas confundiéndose con las gotas de la lluvia, quiso gritar pero no pudo. Se sentía estúpido, había sido injusto con ella, había creído en chismes y lo peor, es que había visto en sus ojos que ella no mentía, que jamás lo haría, fue un cobarde y la dejó ir, la perdió y pagaría con creces el error de no correr tras de ella, de no darle la oportunidad de defenderse. Ethan se sentía perdido, no quería ver a nadie, ni escuchar a nadie, lo único que escuchaba era su risa, lo único que veía eran sus labios temblando y tratando de decirle que no había hecho nada, pero no, su orgullo había podido más que el amor que le tenía, nunca dejó de amarla y nunca dejó de esperarla. Le dolía tenerla entre sus brazos, le dolía porque ya no era ella sino un montón de cenizas.

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